6.- LECCIONES DE HISTORIA
En
casa había una vieja Enciclopedia Escolar, anterior a las de Álvarez,
porque, mirando la parte de la Historia, se terminaba en La Segunda
República… podría ser un texto __ lo tengo que mirar en el desván de
Rafa Castillejo__, posiblemente de la Editorial Dalmau Carles Plá, y
tenía bellas láminas y dibujos… podría haber sido una herencia de mis
abuelos o la de un tío cura que se llamaba Don Alejandro; era antigua
seguramente, pero estaba impecable. Yo tenía bien aprendida la lección
de que los libros eran objetos preciosos y había que tratarlos con
cuidado.
Aparecían los nombres y los grabados de Dn. Práxedes
Mateo Sagasta, Dn.Niceto Alcalá Zamora, Dn. Manuel Azaña o Dn. Alejandro
Lerroux… Aquello parecía muy raro, porque yo conocía a una antigua
maestra que se llamaba Doña Práxedes... ¿y cómo un hombre podía llamarse
también Práxedes?. No tenía ningún sentido.
Yo me empeñé en
llevarla a la escuela para enseñársela a mis compañeros; algunos no
tenían en casa ni un solo libro, ni tebeos siquiera; a mí me parecía
también extraño, porque yo gozaba de un verdadero tesoro de libros en
el desván.
Estábamos entretenidos en el pupitre, seguramente
apiñados cabeza con cabeza, mis compañeros y yo alrededor de la vieja
enciclopedia, cuando apareció Doña Prudencia.
Nos arrebató el
libraco de las manos, hojeó un momento la enciclopedia y cuando llegó a
la parte de Historia de España, poco a poco se fue poniendo pálida, y
luego roja de ira, y después se puso a gritar y arrancó con furia unas
cuantas páginas, las hizo trizas y las arrojó a la estufa que en
invierno estaba siempre encendida.
Me gritó enfurecida:
__ “Llévate ese libro a casa y no lo vuelvas atraer nunca más”
Yo
no entendía nada y creo que desconsolado me puse a llorar. ¿Cómo iba a
saber que en las otras enciclopedias se pasaba directamente de la Guerra
de la Independencia al Glorioso Alzamiento Nacional? ¿Cómo iba a
explicar aquello en casa? ¿Y cómo iban a creerme, aunque les dijese la
verdad?
__¿ Qué ha pasado? ¿Quién ha sido?
__ Ha sido la maestra, Doña Prudencia.
Mis padres me creyeron, a su pesar.
Lo
que hacía o decía el maestro era ley: si te había pegado, era cuestión
de callarse, esconder los chichones o los moratones, porque en casa
podían pasar de decir: “algo habrás hecho” o “con razón te lo has
ganado”, o incluso, no decían nada y aumentaban la paliza…, aunque mis
padres no eran de esos, era imposible ocultar el desaguisado y más
entender el porqué de la furia censora de la maestra…
Yo no
sabía todavía que la maestra tenía miedo, miedo a perder su trabajo,
que había libros prohibidos y que el ángel del paraíso con su espada
vengadora había expulsado para siempre a determinados nombres del libro
de la historia…
Lecciones de la Historia, una vez más.
Mariano Ibeas